La venta ilegal de pescado, un fenómeno más propio de épocas pasadas de penuria, se ha disparado a causa de la crisis. Más de un 30% del pescado capturado en la costa catalana no pasa por las lonjas y acaba siendo pasto de la economía sumergida, alerta Eusebi Esgleas, presidente de la Federación Nacional Catalana de Cofradías de Pescadores, que agrupa 32 puertos pesqueros. Mercè Santmartí, directora general de Pesca de la Generalitat, eleva la cifra al «40% en algunos puertos» y asegura que «es prioritario acabar con esta práctica, que viene a ser como vender vino del Priorat en garrafones de plástico».
Fuera de las lonjas catalanas se ha forjado un doble circuito comercial paralelo, con una vertiente de pobreza y otra de lujo. Por abajo, la crisis ha hecho que se dispare la venta ambulante de pescado, cubo o caja de porex en ristre. La mayoría de los cuberos son magrebís, aunque también hay locales que venden ese pescado -normalmente sardinas y boquerones- para sobrevivir. «Su número ha aumentado de forma exponencial, incluso van casa por casa», denuncia Esgleas.
Para poner freno a este fenómeno se ha formado un grupo de trabajo entre Ports de la Generalitat, la Dirección General de Pesca y los Mossos de Esquadra con objeto de multiplicar los controles. Ya se han hecho dos en Blanes (Selva) y Arenys de Mar (Maresme). Como hay pocos efectivos, para sumar más inspectores se ha firmado un convenio con la Conselleria de Salut para visitar lonjas, restaurantes y pescaderías. Para atajar a los cuberos se ha pedido a los ayuntamientos de la costa que combaten el top manta que también vigilen a estos vendedores, porque, como apunta Esgleas, «son fenómenos parecidos».
DEL BARCO AL RESTAURANTE / Mientras, las gambas, las cigalas y el pescado de más valor se venden en el nivel más alto de la economía sumergida. Algunas de las cajas con esos pescados ni pasan por la lonja ni pisarán el muelle, sino que llegan directamente a los restaurantes. «Se llama desde la barca y se dice lo que tienes y el precio; luego lo vienen a buscar o se lo llevas» explica un marinero.
Eso se produce porque, como dice Esteve Ortiz, patrón mayor de la Cofradía de Tarragona, «el muelle es un coladero. Hay sensación de impunidad». Prueba de ello es que incluso apareció un frigorífico en el párking donde se mantenía ese pescado que no iba a pasar por la lonja.
La costumbre de dar a la tripulación una porción de la pesca o de reservar algunas piezas para compromisos personales ayuda a camuflar el trapicheo. Pero una cosa es el trueque de toda la vida y otra, «ver gente con bolsas, con cajas, con cubos entrando y saliendo del muelle», dice Ortiz. «Es complicado distinguir quién hace qué y más aún llamarle la atención», añade, coincidiendo con Esgleas. Aun así, la policía portuaria practicó tres detenciones el pasado jueves en Tarragona.
LA AUTOESTIMA / Además de los controles, la dirección general de Pesca pretende hacer «mucha pedagogía para dar valor a nuestro pescado, que sólo es el 20% del que consumimos en Catalunya». Según Santmartí, se trata de una labor para subir «la autoestima de los pescadores, que no han de condenar al mejor pescado del mundo al mercado negro».
Fuente: ESTHER CELMA para elperiodico.com
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