Es la hora del patio, los alumnos más mayores del colegio PIVE salen al perímetro del recinto. Un profesor, en una esquina, los acompaña. Un pastor belga tervueren, Tango, también. Pasea entre ellos. “¿Qué busca?”, le pregunta un alumno al director del centro, Artur Jofre. “Cosas que no deben tenerse”. El guía del perro se acerca al director. “Ha marcado el banco de allí, porque había restos de porros en el suelo”, apunta. “Tienen que ser de estos días de vacaciones, de personas de fuera del centro”, dice Jofre. Todo limpio. Ni rastro de marihuana, ni de hachís.
La droga preocupa. A la comunidad educativa, mucho. Y si se trata de un colegio con residencia donde la mitad de los alumnos dependen del centro las 24 horas del día de lunes a viernes, hay que estar siempre atentos. Porque si son además adolescentes y jóvenes, se convierten en todo un dulce muy goloso para posibles camellos. Es el caso del PIVE en Tona. La solución: todas las posibles. Incluso llevar perros con el olfato entrenado para detectar droga. Como en otras cuestiones, lo importante siempre es prevenir. Una iniciativa privada piloto que se llevó a cabo ayer: la vuelta al cole después de las vacaciones de Semana Santa.
Tres perros de la empresa APAK-9 –dos pastores alemanes, Señor Smith y Scott; además de Tango– visitaban el colegio en una acción más de este prestigioso centro con 53 años de historia en el que, en su caso, las drogas no es un problema. No es una institución conflictiva, aunque tienen claro que nunca se ha de bajar la guardia. “Las drogas son algo que nos preocupa, pero que también nos ocupa”, señalaba el director del centro, mientras que los perros y sus guías se preparaban a la entrada del recinto. Varias filas de maletas esperaban ser inspeccionadas por el olfato de los canes. Comenzaba así una medida que pretende ser de impacto. La idea, siempre respetando a los estudiantes –la acción se limitaba a pasear los perros por las áreas exteriores y por los equipajes, aunque teniendo presente la privacidad de los menores–, disuadir: a los que consumen. A los que pretendan hacerlo. También a los camellos de fuera del centro que saben que en el PIVE hay dinero.
La medida, puntualmente, se ha llevado a cabo en otros centros escolares de Catalunya, aunque, habitualmente, en acciones más del ámbito público –y bajo supervisión policial– que en centros privados. No se trata de un servicio caro. El precio –caso de APAK-9–, a partir de los 60 euros la hora. Independientemente de si se utilizan un perro o tres, caso del PIVE ayer.
Incluyendo los guías, con experiencia, así como los perros, algunos de los cuales también prestan servicios policiales. Aunque el precio siempre depende de la modalidad del contrato. En los perros de vigilancia –en APAK-9 también los entrenan y los alquilan– el coste suele ir de los tres a los 40 euros por hora. Una empresa joven que nace de la experimentada Font Galí –referencia del adiestramiento canino en Catalunya– y que abre esta nueva línea... Porque hay demanda.
Pasadas las diez de la mañana, los perros comienzan a pasar por las hileras de maletas. No hay ningún marcaje claro. Sólo algún pequeño conato, que los guías interpretan como que parte de la sustancia, por haber fumado anteriormente, y que ha quedado impregnada en alguna mochila. “Si se hallase droga se aplicaría el reglamento del centro que, en este caso, sería una expulsión temporal o, dependiendo de la gravedad o de la reincidencia, incluso la expulsión definitiva. Se han dado pocas, pero se han dado”, manifiesta Jofre.
Algunos alumnos que llegan tarde a su primer día de clase observan sorprendidos cómo los perros van repasando una maleta tras otra. La presencia de Tango, Señor Smith y Scott no pasa desapercibida –y esa es la idea–. Por eso, a la hora del patio, el pastor belga se pasea por el perímetro. “Yo creo que están buscando bombas”, le comenta un estudiante a otro. Uno de los pastores alemanes se pasea por el patio por donde juegan los más pequeños. Siempre a una distancia prudencial –aunque no son perros peligrosos y se encuentran acompañados en todo momento por su guía– y con bozal. “Cada uno marca de forma diferente, uno se sienta, otro ladra... Siempre sin agresividad. Ellos están jugando a buscar y somos conscientes de que nos encontramos en el patio de un colegio”, señala uno de los guías. “¿Puedo acariciarlo?”, pregunta un niño mirando a Scott, mientras se acerca al pastor alemán. “No puedes –interviene otro niño–. Es un perro policía”. El primer niño abre la boca sin poder disimular su sorpresa.
“El tema de las drogas, aunque no seamos un centro conflictivo ni problemático, es algo que no podemos obviar. Hacemos controles puntuales, hemos traído a Mossos d’Esquadra para que den charlas, a médicos... Y pensamos que la opción de los perros era interesante por su valor disuasorio. Es una herramienta más para un mismo fin”, manifiesta Jofre.* Mientras, Tango sigue paseándose por el perímetro de la escuela –más allá de los restos de porros del banco, no encuentra nada más–. Scott marca en el interior de uno de los lavabos del patio. Indica con sus ladridos que hay algo que no es normal. En una papelera, su guía halla una colilla, aunque no se distingue si es un cigarro liado o un porro. “En este otro han estado fumando: huele”, apunta el guía. Pero ningún otro indicio de droga.
Los estudiantes del PIVE, con 53 años de historia, van de P-3 hasta el bachillerato. En el caso de la residencia, a partir de primero de ESO. La de ayer es la primera acción, aunque la repetirán siempre que la dirección del centro y de la propiedad la considere adecuada. Siempre, apunta Jofre, tratando de que los 230 alumnos del centro no se sientan perseguidos, ni cohibidos. Un más a más. Constancia y prevención contra las drogas. “No hay que esconder la cabeza bajo el ala”, sentencia el director del PIVE.
Fuente: Raúl Montilla para lavanguardia.com
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