Los efectos en la salud y en el medio ambiente de las emisiones radiactivas del accidente de la central nuclear de Fukushima, en Japón, tardarán al menos dos años en ser evaluadas en profundidad, según el Comité Científico de Naciones Unidas sobre los Efectos de la Radiación Atómica. Pero las previsiones, al menos hoy, no resultan nada halagüeñas.
Tras el vertido de 11.500 toneladas de agua con radiactividad 100 veces por encima de los límites legales es difícil preveer el impacto que tendrán estos isótopos radiactivos sobre las especies marinas. «Este vertido no tiene precedentes en la historia. Los efectos son impredecibles», afirma el biólogo marino Óscar Esparza, del programa marino de la organización conservacionista WWF.
«Los isótopos radiactivos emiten radiactividad, y seguirán siendo tóxicos por mucho que se diluyan en el agua, añade Esparza. «Incluso con niveles bajos, la radiactividad puede acumularse en plantas marinas, algas, peces, moluscos y crustáceos. En el caso del cesio 137, que tarda 30 años en desintegrarse, la radiactividad puede durar años y acumularse en el fondo marino, con lo que los animales que viven en él absorberán la contaminación. Los efectos potenciales sobre las especies marinas incluyen disminución de los niveles de reproducción y mayor probabilidad de mutaciones dañinas en las crías», afirman desde la organización Oceana.
«Entre las especies migratorias que habitan en la zona y que pueden verse afectadas se encuentra la ballena minke, atunes, bonitos, tiburones (martillo, zorro, peregrino, marrajo, tintorera) y peces como la lampuga. De las especies que no migran, pero que pueden correr más riesgo son las que se alimentan de vegetación en la zona que concentra mayores dosis, como los meros, sobre todo los ejemplares jóvenes, la langosta y otras de profundidad como los erizos y las estrellas de más. También, los moluscos, que se alimentan de detritus (residuos de la descomposición de vegtales y animales)», añaden las mismas fuentes.
Qué especies capturaban
De hecho, el problema es que la zona en cuestión es un área importante de pesca, ya que en ella confluyen dos corrientes marinas que juegan un papel esencial en el Pacífico. Se trata de la corriente cálida de Kuroshio que viene del sur y que, al llegar a Japón, va a Estados Unidos y la de Oyashio, que al llegar a Japón va al este. Por eso, esta zona frente a la central es muy rica para los pescadores que en sus aguas capturan sardinas, caballas, calamares y varias especies de túnidos», detalla Esparza.
De ahí, que los pescadores japoneses hayan dejado de faenar en la zona. Pero el problema no acaba ahí. Esparza explica que «Japón –a pesar de estar rodeado de agua– es un país que importa más pescado del que exporta, por lo que o cambian de dieta» o tendrán que importar más. «Además, no sólo las pesquerías locales se verán afectadas, sino también las granjas de acuicultura de algas y bivalvos de la zona», añade. Y «las algas, son otras de las especies que pueden, según Oceana, sufrir los efectos del vertido. Japón es un gran exportador de wakame y vende también otras variedades, como la lechuga de mar». «Las algas pueden acumular 1.000 veces los radioisótopos y el plancton 5.000 veces», asegura Esparza. «Aunque no se sabe realmente el daño que causará este vertido, es una catástrofe de efectos impredecibles hoy», concluye el biólogo marino. Aunque es más que probable que el vertido de agua radiactiva afecte a toda la cadena trófica, tal y como ha explicado esta semana Eduardo Rodríguez Farré, radiólogo del Instituto de Investigaciones Biomédicas de Barcelona, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Fuente: larazon.es
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