Al final, la epidemia de «vacas locas» no dio paso a otra de Creutzfeldt-Jakob, la variante humana del mal bovino que anula con velocidad de vértigo el cerebro. Veinticinco años después de que se identificaran las primeras reses enfermas y quince desde la aparición de las primeras víctimas, muy pocos se acuerdan del mal que puso en jaque a la seguridad alimentaria mundial y amenazó con segar miles de vidas. El año pasado apenas se notificaron una treintena de reses afectadas en todo el globo —13 en España— y los veterinarios ya dan casi por controlada la infección, al menos en animales.
La factura en número de víctimas humanas aún pesa. El balance es de 219 fallecidos, casi todos por consumir carne o vísceras de vacuno infectadas. La gran mayoría de las víctimas se han registrado en el Reino Unido (170 muertes) y en Francia (25). España es el tercer país más afectado con cinco fallecidos: uno en Madrid, tres en León y la última en Cantabria, identificada en marzo de 2009. A punto de cerrar los datos del registro español de 2010 tampoco se sospecha que la lista aumente. En otros países los casos son anecdóticos.
Los expertos que vigilan esta nueva enfermedad desde su aparición tienen claro que los sacrificios de la industria sirvieron. «Si no se hubiera eliminado de la cadena alimenticia el cerebro y la médula de las reses habría habido muchos más casos», asegura Jesús de Pedro-Cuesta, director del registro de Encefalopatías Espongiformes Humanas del Centro Nacional de Epidemiología.
Todavía no es momento de bajar la guardia. Esta extraña enfermedad aún guarda muchos secretos y uno de los que más preocupan es si habrá una segunda oleada de casos. «No podemos excluir esta posibilidad. Lo que sospechamos es que si llegara sería diferente, quizá más leve y extendida en el tiempo», aventura De Pedro.
La enfermedad no ha seguido el mismo patrón en todos los países. Aunque sí parece claro que hubo una transmisión directa, del plato al consumidor. Los fallecidos comieron la carne tóxica en la infancia o en la adolescencia, y manifestaron los síntomas al llegar a la edad adulta cuando terminó el periodo de incubación de la infección. Por eso la gran mayoría de las víctimas fallecieron antes de los 35 años, salvo raras excepciones en Francia y en España.
El vacuno afectado llegó al consumidor en forma de hamburguesas, salchichas y carne manufacturada de gran consumo. Motivo suficiente para que en lugar de cientos hoy estuviéramos contando miles de muertes en el mundo. La genética actuó como escudo protector. La gran mayoría de la población es genéticamente resistente al mal de las vacas locas.
«Todas las personas fallecidas tenían un estatus genético determinado que condiciona mucho a la enfermedad», explica Alberto Rábano, neuropatólogo de la Unidad de Investigación Proyecto Alzheimer de la Fundación Cien. «Ahora tenemos datos que nos indican que puede afectar a población con otra combinación genética. En experimentos con animales hemos visto que en estos casos, los síntomas tardan más en aparecer o nunca se manifiestan. Todo apunta a que puede haber una segunda oleada en los próximos años de estos casos». El neuropatólogo coincide con otros expertos en que si llega la segunda oleada será tan distinta que podría confundirse con otro trastorno neurológico, como el alzhéimer, y no diagnosticarse nunca. Por eso, insiste en mantener alerta los sistemas de vigilancia. «La amenaza aún está ahí», dice.
Transmisión en cirugías
Otra de las dudas aún por resolver es si la variante humana de las «vacas locas» puede transmitirse a través de otras vías secundarias, como las transfusiones de sangre, hemodiálisis, cirugías o trasplantes. En el Reino Unido ya se han documentado cuatro casos contagiados por una transfusión. Recientemente los doctores Rábano y De Pedro firmaban un inquietante trabajo en una revista científica en el que apuntaban la relación de operaciones quirúrgicas con una proporción «no insignificante» de transmisión de Creutzfeldt Jacob. Estos casos también podrían alimentar la segunda oleada.
¿Qué hacer con las harinas tóxicas?
La industria alimentaria mantiene las mismas medidas de protección que se establecieron en plena expansión de la epidemia. Se retiran los materiales de riesgo (cerebro, encéfalo, médula espinal, ojos, amígdalas e intestinos) de todas las reses. Tampoco el ganado ha vuelto a tener una alimentación con harinas animales de su propia especie. «Se evita el canibalismo. A los cerdos se les alimenta con piensos de origen aviar y a los pollos de origen porcino», cuenta Juan José Badiola, presidente del Consejo de Colegios de Veterinarios.
Los restos nerviosos de rumiantes no se aprovechan. Las toneladas que llegan de los mataderos se convierten en harinas y se esterilizan. Después se llevan a vertederos especiales que ya tienen problemas de almacenamiento. «Se pensó en utilizarlas como fertilizantes y se descartó por miedo. Con esta enfermedad no se juega».
Fuente: NURIA RAMÍREZ DE CASTRO para abc.es
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