Confieso que pensé que no repetiríamos momentos tan críticos, de tan infausto recuerdo, como los de la crisis del Covid y los de aquel interminable confinamiento que a todos, de alguna manera, nos cambió. Me equivoqué. Lo vivido tras el desastre del 29 de octubre fue igual de intenso, fue otra convulsión social frente a la que, nosotros sí, supimos reaccionar como colectivo. En realidad, lo hizo la sociedad valenciana entera, el conjunto del país pero reitero que los veterinarios -en mitad del enorme golpe, del drama que supusieron esas 224 víctimas mortales e ingentes destrozos materiales que tantas decenas de miles de vidas han truncado- estuvimos a la altura de las circunstancias. Dos palabras, dos sinceros sentimientos se imponen para describir la sobresaliente reacción de nuestra profesión ante tamaña desgracia natural: agradecimiento y orgullo.
Gracias a todos los colegiados que os movilizásteis para ayudar, que tan rápidamente acudisteis a la llamada del Colegio de Valencia (ICOVV). Realmente, antes siquiera de tomar conciencia del alcance de lo ocurrido, ya había veterinarios sobre el terreno, voluntarios que -formando parte de esa riada cívica que cada día cruzaba la pasarela que conecta el barrio de La Torre con el de San Marcelino- se desplazaron armados con botas y escobas a luchar contra el fango. Pronto descubrieron que su mejor aportación debía ser como profesionales. Porque los primeros voluntarios no llegaron a Sedaví, Alfafar o Paiporta ataviados con batas blancas. Se embarraron como los demás y, en cuestión de horas, comprobaron que su mayor contribución, su mejor auxilio, era actuar como un sanitario más. Realmente, no hizo falta ninguna convocatoria formal. El ICOVV solo tuvo que coordinar una respuesta que ya había partido de los propios veterinarios.
Gracias pues a esta profesión por ser como es, por acreditar que la vocación de servicio perdura más allá de la elección de la propia carrera de Veterinaria. Es motivo de orgullo comprobar que esos valores se mantienen cuando se actúa así de altruistamente.
Gracias a esa comunidad veterinaria que, por encima de siglas o vínculos de pertenencia, supo actuar unida, coordinada, repartiéndose roles y buscando ser, antes que nada, eficaz. En colaboración con las administraciones competentes en sanidad animal, sanidad, protección animal y salud pública, cada cual -los veterinarios libres, la asociación patronal del sector, los hospitales de facultades y privados, profesores, auxiliares de veterinaria y estudiantes, el BIOPARC o las protectoras y entidades animalistas- tuvo su papel. Todos teníamos la misma meta: apoyar a la población afectada, atender al bienestar y la sanidad de nuestros animales, atajar el problema de salud pública que sabíamos que se avecinaba y claro, ayudar al propio sector clínico a recomponerse. A ese último objetivo prioritario, he de decir, que se volcó el ICOVV: a acelerar la vuelta a la normalidad de tantos centros afectados, de tantos colegiados damnificados. Los voluntarios engrasaron esa doble y compatible meta: tan pronto actuaron en la calle, a domicilio o en los puestos de atención creados en la zona devastada, como en las protectoras, en los hospitales donde se remitían los animales que requerían de un ingreso o en los propios centros damnificados, ayudando al compañero. Fueron más de 400 los veterinarios que buscaron tiempo más allá de sus trabajos, otros tantos los que -durante horas, quizá días- se desplazaron desde muchas zonas del país sólo para preguntar ‘¿cómo puedo ayudar?. El orgullo por todo ello traspasa las fronteras provinciales.
Y gracias, claro, a tantos colegios, consejos autonómicos de veterinarios y a la propia OCV, que se movilizaron con rapidez para recaudar fondos con los que ayudar a este sector en lo que pudieran: con aportaciones colegiales, con donativos de material o equipamientos. Siento orgullo, también en el plano institucional, por la reacción solidaria y cívica exhibida.
Desde el colegio nos esforzamos para estar a la altura de toda esta reacción colectiva, a la que también quisimos dotarle de los medios necesarios. Hemos trabajado para tramitar y entregar, bajo criterios objetivos, ese Fondo Solidario creado y en el que la propia corporación también ha realizado un considerable esfuerzo.
Y tras el desastre natural, el caos de PRESVET
Tras la catástrofe ha sobrevenido un nuevo atropello: la sobrecarga burocrática en las clínicas. Uno más a añadir a la dificultad que hoy supone prescribir medicamentos a animales sujetos a identificación obligatoria que realmente no lo están. Con la entrada en vigor del RD 666/2023, desde el 2 de enero, que regula la distribución, prescripción, dispensación y uso de medicamentos veterinarios, quedó establecido el contenido mínimo de las recetas veterinarias, incluyendo el código de identificación y la obligación de comunicar todas estas prescripciones de antibióticos a través de PRESVET. Los colegios nos esforzamos por poner todas las herramientas para formar en este nuevo sistema, por introducir con el menor impacto posible estos requerimientos en las rutinas de los centros. Lo hicimos porque éramos conscientes de que nuestra defensa como los sanitarios que somos, bajo una perspectiva One health, exigía implicación en la lucha contra las resistencias antimicrobianas.
Pero llegado el momento de la verdad, los medios técnicos dispuestos han fallado. Se ha demostrado que la carga administrativa es excesiva, que es incompatible con la práctica diaria porque pone en riesgo la calidad en la atención. Se ha impuesto sin periodo de adaptación y con un régimen sancionador que es un disparate. Y se ha aplicado con prisa, rayando la precipitación, cuando su implementación ni siquiera era aún necesaria porque la UE no exigía dar tal paso hasta 2029. A la vista de las dificultades generadas se impone una moratoria y un replanteamiento del sistema que permita la gestión óptima de los centros veterinarios y el uso racional de los antibióticos, con el que estamos de acuerdo.
Desde la publicación de este RD llevamos solicitando que se modifique el contenido mínimo de la receta, que no se impida por una falta administrativa del titular del animal, la prescripción de medicamentos. Es incluso contrario al código deontológico no atender a los animales e incluso podría incurrirse en maltrato animal. La normativa no debe poner en esta tesitura al profesional veterinario.
NOTA: Publicado en el Boletín del CVCV núm.133 (Antes de la difusión de la Nota Aclaratoria conjunta del Ministerio de Agricultura y el de Derechos Sociales sobre prescripción e identificación obligatoria)
Puede dirigir sus consultas al Colegio de Veterinarios de Alicante enviando un mensaje a la siguiente dirección: secretaria@icoval.org